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El Hombre Perfecto (Fiolee) Capitulo 18

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rariana8's avatar
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— ¿Que pare? —dijo él, desconcertado—. ¡Pero si no hace ni un segundo me has dicho que no pare!
—He cambiado de idea. —Aún seguía empujándolo en los hombros. Aún seguía sin conseguir absolutamente nada.
— ¡No puedes cambiar de idea! —Ya parecía desesperado.
—Sí que puedo.
— ¿Tienes herpes?
—No.
— ¿Sífilis?
—No.
— ¿Gonorrea?
—No.
— ¿Sida?
— ¡No!
—Entonces no puedes cambiar de idea.
—Lo que tengo es un óvulo maduro.
Aquello era probablemente una mentira. Una mentira casi con toda seguridad. Era muy probable que le viniese el período al día siguiente, de modo que aquel pequeño óvulo ya había dejado de ser viable hacía mucho, pero no deseaba arriesgarse a una posible descendencia. Si quedaba algo de vida en el espiral de ADN, el esperma de Marshall se lanzaría por ella. Había cosas que eran hechos comprobados.
Lo del óvulo maduro hizo detenerse a Marshall. Tras meditar sobre ello, sugirió:
—Puedo utilizar un condón.
Ella lo fulminó con la mirada; por lo menos, eso esperaba hacer. Hasta el momento Marshall continuaba notablemente intacto.
—Los condones sólo tienen una tasa de éxito de entre un noventa y un noventa y cuatro por ciento, lo cual significa que, como mínimo, su índice de fallos es del seis por ciento.
—Bueno, eso es una probabilidad muy remota.
Otra mirada fulminante.
— ¿Ah, sí? ¿Te imaginas lo que sucedería si siquiera uno de tus pequeños merodeadores asaltase a mi chica?
—Que se liarían el uno con el otro y pelarían igual que dos gatos salvajes dentro de un saco.
—Eso es. Igual que hemos hecho nosotros.
Marshall compuso una expresión de horror. Soltó a Fionna y dio un paso atrás.
—Estarían dentro del saco antes de presentarse el uno al otro siquiera.
—Nosotros no nos hemos presentado —se sintió impulsada a señalar Fionna.
—Mierda. —Marshall se pasó una mano por la cara—. Soy Marshall Abadeer.
—Ya sé quién eres, me lo ha dicho la señora Kulavich. Yo me llamo Fionna Bright.
—Lo sé. Me lo ha dicho ella. Hasta me ha dicho cómo se escribe tu nombre.
¿Pero cómo demonios podía saber eso la señora Kulavich?
—Iba a ser Fionne —explicó—, pero en la partida de nacimiento lo registraron con a, y mi madre decidió que le gustaba tal cual. —Fionna deseaba haber sido Fionne. Cake, Finn, Janine; todos los nombres encajaban. Fionna era diferente de todos, un bicho raro.
—A mí me gusta más Fionna —dijo Marshall—. Te sienta bien. Y cuál es ese problema que tienes con... ¿Quién era? Ah, sí. Cake, Finn, todo el mundo en el trabajo, los reporteros y Bubú. ¿Por qué tienes problemas con los reporteros?
Fionna quedó impresionada por la memoria que tenía. Ella misma no habría sido capaz de repetir una lista de nombres que le hubieran gritado mientras la mojaban con agua fría.
—Cake es mi hermana mayor. Está furiosa conmigo porque mi madre me pidió a mí que cuidara de Bubú y ella quería hacerse cargo de ese honor. Finn es mi hermano. Está furioso conmigo porque mi padre me pidió a mí, en vez de él, que cuidara de su coche. Y Bubú ya sabes quién es.
James miró más allá de ella.
—Es el gato que está pisando tu coche.
— ¡Cómo...!
Fionna se volvió horrorizada. Bubú estaba pisoteando todo el capó del Viper. Lo apartó de un empujón antes de que él tuviera tiempo de esquivarla, y lo devolvió indignada al interior de la casa. Acto seguido regresó corriendo al coche y se inclinó para inspeccionar el capó en busca del menor arañazo.
—Me parece que a ti tampoco te gusta ver un gato encima de tu coche —dijo Marshall con un gesto de suficiencia.
Fionna intentó lanzarle otra mirada fulminante, aunque se había fijado en que lo del óvulo ya había conseguido fulminarlo bastante.
—No se puede comparar mi coche con el tuyo —gruñó, y después observó sorprendida el camino de entrada vacío. No había ningún Pontiac marrón. Pero Marshall estaba allí—. ¿Dónde está tu coche?
—El Pontiac no es mío. Es propiedad de la ciudad.
Fionna se sintió débil de puro alivio. Gracias a Dios. Habría supuesto un duro golpe para su autoestima si se hubiera acostado con el propietario de aquel desecho. Por otra parte, tal vez necesitara servirse del Pontiac como freno mental para sus impulsos sexuales. Si lo hubiera visto allí aparcado, probablemente el episodio que acababa de tener lugar no se habría ido tanto de las manos.
— ¿Y cómo has venido a casa? —le preguntó, mirando alrededor.
—Tengo mi todoterreno guardado en el garaje. Así no se ensucia de polvo ni de polen, ni de cagadas de pájaros.
— ¿Un todoterreno? ¿Qué todoterreno?
—Un Chevy.
— ¿Con tracción en las cuatro ruedas? —Le parecía el típico dueño de un vehículo cuatro por cuatro.
Él rió con cierta suficiencia.
— ¿Es que los hay de otra clase?
—Cielos —suspiró—. ¿Puedo verlo?
—No hasta que terminemos nuestras negociaciones.
— ¿Qué negociaciones?
—Negociaciones sobre cuándo vamos a terminar lo que acabamos de empezar.
Fionna lo miró boquiabierta.
— ¿Estás diciendo que no vas a permitirme ver tu todoterreno hasta que acceda a acostarme contigo?
—Exacto.
— ¡Estás loco si crees que yo tengo tantas ganas de ver tu todoterreno!
—Es de color rojo.
—Cielos —gimió Fionna. Él se cruzó de brazos.
—O accedes, o nada.
— ¿No quieres pensarlo mejor?
—He dicho que debemos negociar una cita, no que tengamos que hacerlo ahora. No podrías pagarme con nada el hecho de que yo me acerque a tu óvulo.
Fionna le dirigió una mirada especulativa.
—Te enseñaré mi generador si tú me enseñas tu todoterreno.
Marshall negó con la cabeza.
—No hay trato.
No había hablado a nadie del coche de su padre. Que sus amigas supieran, su padre simplemente estaba obsesionado con el sedán de la familia. Pero se trataba de la pieza de negociación más interesante de todas, el as que uno tiene guardado en la manga, el que proporciona una ganancia segura. Además, Marshall era policía; seguramente no pasaría nada por meterlo a él en el ajo, así sabría que su garaje necesitaba protección a todas horas. El seguro del coche ascendía a una fortuna, pero también se trataba de un vehículo irreemplazable.
—Te dejaré ver el coche de mi padre si tú me dejas ver tu todoterreno —dijo con aire malicioso.
A pesar de sí mismo, Marshall la observó con interés. Probablemente la expresión que vio en ella le reveló que el coche de su padre se salía de lo común.
— ¿De qué marca es?
Fionna se encogió de hombros.
—No doy esa información en público.
Marshall se inclinó y le acercó el oído.
—Susúrramela.
Fionna apretó la boca contra su oído y se sintió desfallecer al percibir el cálido aroma masculino que flotó hasta sus fosas nasales. Susurró dos palabras.
James se irguió de manera tan brusca que chocó contra la nariz de ella.
— ¡Vaya!
Fionna se frotó la nariz dolorida.
—Déjame verlo —dijo él con la voz ronca.
Ella se cruzó de brazos en una imitación de la anterior postura de Marshall.
— ¿Cerramos el trato? Tú ves el coche de mi padre, y yo veo tu todoterreno.
— ¡Diablos, hasta puedes conducir mi todoterreno! —Se volvió y miró hacia el garaje de Fionna como si fuera el Santo Grial—. ¿Está ahí dentro?
—Sano y salvo.
— ¿Es un original? ¿No es una copia?
—Original.
—Dios —jadeó, dirigiéndose ya hacia el garaje.
—Voy por la llave. —Fionna corrió al interior de la casa en busca de la llave del candado, y al regresar encontró a Marshall esperando con impaciencia—. Ten cuidado de abrir la puerta sólo lo justo para entrar —le advirtió—. No quiero que se vea desde la calle.
—Sí, sí. —Marshall tomó la llave y la introdujo en el candado.
Entraron en el oscuro garaje, y Fionna buscó a tientas el interruptor de la luz. Se encendieron las luces del techo e iluminaron un bulto bajo y alargado cubierto por una loneta.
— ¿Cómo lo consiguió? —preguntó Marshall medio susurrando, como si estuvieran dentro de una iglesia, al tiempo que buscaba con la mano el borde de la funda de tela.
—Formaba parte del equipo que lo desarrolló.
Marshall la miró fijamente.
— ¿Tu padre es Lyle Bright?
Fionna afirmó con la cabeza.
—Dios mío —suspiró él, y levantó la lona.
Un grave gemido salió de su garganta.
Fionna sabía bien qué estaba sintiendo. Ella siempre se quedaba sin aliento al contemplar aquel automóvil, y eso que lo conocía de toda la vida.
No era particularmente llamativo. En aquella época la pintura de los coches no era tan brillante como la de hoy en día. Era una especie de gris plateado, austero, sin los lujos que hoy dan por sentado los consumidores. No había ningún posavasos a la vista.
—Dios mío —repitió Marshall, inclinándose para observar los instrumentos. Tuvo mucho cuidado de no tocar el coche. La mayoría de la gente, un noventa y nueve por ciento, no habría podido resistirse; algunos habrían sido lo bastante descarados como para pasar una pierna por encima de la baja carrocería y deslizarse en el asiento del conductor. Marshall trató el coche con la reverencia que merecía, y Fionna experimentó una extraña sensación que le oprimió el corazón. Sintió un ligero vahído, y todo empezó a volverse borroso excepto el rostro de Marshall. Se concentró en respirar, parpadeando rápidamente, y al cabo de un momento el mundo volvió a encajar en su sitio.
Cielos. ¿Qué estaba pasando?
Marshall cubrió de nuevo el coche con la misma ternura con que una madre cubriría a un niño dormido. Sin pronunciar palabra, se sacó las llaves del bolsillo de los vaqueros y se las tendió a Fionna.
Ella las cogió y luego se miró la ropa.
—Estoy mojada.
—Ya lo sé —replicó él—. Me he fijado en tus pezones.
Fionna lo miró boquiabierta y se apresuró a colocar las manos encima de las pertinentes porciones de su camiseta mojada.
— ¿Por qué no has dicho algo? —exclamó acalorada. Marshall emitió un sonido burlón.
— ¿Crees que estoy loco?
— ¡Te mereces que conduzca tu todoterreno sin cambiarme de ropa!
Él se alzó de hombros.
—Después de haberme dejado ver este coche, más tus pezones, creo que te lo debo.
Ella quiso alegar que no le había dejado ver sus pezones, que él los había mirado sin permiso; pero entonces se acordó de que ella había visto mucho más que los pezones de él aquella mañana, y decidió no sacar el tema a colación.
Como si él fuera a darle a elegir.
—Además —señaló—, tú me has visto el pene. Eso tiene que valer más puntos que los pezones.
—Ja —respondió Fionna—. El valor está en el ojo del que mira. Y yo te dije que te taparas, si recuerdas.
— ¿Después de todo el tiempo que llevabas mirando?
—Sólo lo suficiente para llamar a la señora Kulavich para que me diera tu número —replicó ella en tono ofendido, porque era la verdad. ¿Y qué si había tenido que charlar un minuto con la señora Kulavich?—. Y por lo visto, a ti no te pareció que fuera tan importante como para taparlo. No, lo exhibiste por ahí como si fueras a echar una carrera.
—Pretendía excitarte.
— ¡Nada de eso! No sabías que yo estaba mirando.
Él enarcó una ceja.
Fionna le lanzó las llaves.
— ¡Ya no pienso conducir tu todoterreno ni aunque me lo pidas de rodillas! ¡Seguro que tiene piojos dentro! Grosero, asqueroso... repugnante exhibicionista de penes...
Marshall atrapó las llaves con una sola mano.
— ¿Estás diciendo que no te excitaste?
Fionna iba a contestarle que no había experimentado ni una pizca de excitación, pero su lengua se negó a pronunciar lo que habría sido la mentira más grande de toda su vida.
Marshall sonrió maliciosamente.
—Ya decía yo.
Sólo había una forma de recuperar la ventaja. Fionna apoyó las manos en las caderas y dejó que sus pezones pujaran contra las telas mojadas del sujetador y la camiseta. Igual que un misil guiado por láser, la mirada de Marshall se clavó en el escote de la camiseta. Fionna lo vio tragar saliva.
—Estás jugando sucio —dijo Marshall con voz ronca.
Fionna soltó una risita a modo de venganza por la risita de él.
—Acuérdate de eso —le dijo, y dio media vuelta para salir del garaje. Él pasó a su lado.
—Voy yo primero —dijo—. Quiero ver cómo sales a la luz del sol.
Fionna volvió a ponerse las manos encima de los pechos.
—Aguafiestas —musitó Marshall al tiempo que se colaba por la estrecha abertura. Pero entonces volvió a entrar, tan bruscamente que Fionna chocó contra él.
—Tienes dos problemas —le dijo.
— ¿Ah, sí?
—Sí. Primero, te has dejado el grifo del agua abierto, con lo cual te van a clavar en la factura.
Fionna lanzó un suspiro. A aquellas alturas, el camino de entrada debía de estar inundado. Era obvio que Marshall la había descentrado del todo, de lo contrario no habría sido tan descuidada.
— ¿Cuál es el segundo problema?
—Tienes el patio lleno de esos reporteros de los que hablabas.
—Oh, mierda —gimió Fionna.
Hay Glob... los hombres y los autos, creo que nadie puede separar eso, No importa... Marshall pervertido y Fionna no se deja eh e______e


Putos reporteros que siempre salen en los momentos menos deseados RAGE 



Creditos de la imagen : fangcovenly.deviantart.com/
Era perfecta para el fic, es hermosa la imagen *-* Bunny Emoji-88 (Hello) [V5] 



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nattylabebe's avatar
aaa si mi mama supiera lo que leo jaja no me dejarian nentar a DA nunca mas en la vidaXD-