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El Hombre Perfecto (Fiolee) Capitulo 27

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rariana8's avatar
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—Bueno, hacen falta cuatro personas —dijo Fionna—. Una para sujetar cada pata.
T. J. bajó la cabeza hasta la mesa. Sacudía los hombros en un intento de sofocar la risa. Clara tenía una expresión un tanto alocada en los ojos, pero logró pedir la comida con sólo un leve temblor en la voz. Luna, la más compuesta de las cuatro, esperó hasta que el camarero hubo tomado todos los pedidos y desaparecido en la cocina para taparse la boca con las manos y reír a carcajadas hasta que se le saltaron las lágrimas.
—Una para cada pata —repitió boqueando, y estalló de nuevo en carcajadas.
La cena no fue tan relajada como de costumbre, porque no dejaban de acercarse personas a su mesa para hacer comentarios, tanto de elogio como de crítica. Cuando llegó la comida, estaba quemada; era evidente que el camarero era uno de los abucheadores.
—Vámonos de aquí —dijo por fin Clara con fastidio—. Aunque fuéramos capaces de tragarnos esta comida carbonizada, no tendríamos oportunidad de hacerlo con tantas interrupciones.
— ¿La pagamos? —preguntó Luna examinando la piedra negruzca que se suponía que era una hamburguesa.
—Normalmente te diría que no —repuso Fionna—. Pero si esta noche organizamos una bronca, es probable que mañana aparezca en los periódicos.
La cuatro asintieron suspirando. Dejaron sus platos mayormente intactos, pagaron la cuenta y se fueron. Por lo general se quedaban un rato después de cenar, pero esta vez ya eran más de las seis; el sol de verano aún brillaba sobre el horizonte, y el calor resultaba sofocante.
Todas se replegaron a sus respectivos automóviles. Fionna arrancó el motor del Viper y permaneció un momento sentada, escuchando el rumor grave de una máquina potente y puesta a punto. Conectó el ventilador en la posición máxima y ajustó las rejillas de salida del aire para que éste le diera en la cara.
No tenía ganas de ir a casa y ver las noticias, por si acaso volvían a hablar de la Lista. Decidió hacer la compra en vez de esperar al sábado y giró en sentido norte para tomar Van Dyke, pasó como un rayo por delante de la fábrica de General Motors y se resistió al impulso de girar a la derecha, lo cual la habría llevado al Departamento de Policía de Warren. No quería ver si había un todoterreno rojo o un Pontiac marrón en el aparcamiento. Lo único que deseaba era comprar comida y llegar a casa a ver qué hacía Bubú; llevaba tanto tiempo fuera que probablemente el gato se habría despachado con otro almohadón.
Fionna no era de las que se entretienen al hacer la compra. Odiaba hacerla, por eso entraba en el supermercado igual que si se tratara de una carrera contrarreloj. Pilotando un carrito a gran velocidad, pasó volando por la sección de verduras echando al cesto repollo y lechuga además de fruta variada; luego recorrió rápidamente los demás pasillos. No cocinaba mucho, porque suponía demasiada molestia para una sola persona, pero de vez en cuando preparaba un asado o algo similar y después se lo iba comiendo en bocadillos a lo largo de una semana. Sin embargo, la comida para gatos de Bubú era una necesidad.
En aquel momento sintió que un brazo se cerraba alrededor de su cintura y oyó una voz grave que le decía:
— ¿Me has echado de menos?
Consiguió reprimir el grito, de modo que lo que salió fue poco más que un quejido, pero dio un salto hacia delante y a punto estuvo de chocar contra una pila de latas de comida para gatos. Giró en redondo y rápidamente situó el carrito entre ella y el intruso. Entonces lo miró con expresión de alarma.
—Perdone —le dijo—, pero no lo conozco. Debe de haberme confundido con otra persona.
Marshall frunció el ceño. Algunos clientes los observaban con agudo interés; por lo menos una señora parecía tener la intención de llamar a la policía si él realizaba un movimiento equivocado.
—Muy graciosa —gruñó Marshall, y a continuación se quitó lentamente la chaqueta para dejar ver la funda que llevaba en el cinturón y la enorme pistola negra que guardaba ésta. Como también llevaba la placa identificativa sujeta al cinturón, la tensión de las miradas en el pasillo siete fue reduciéndose conforme la gente murmuraba: «Es policía».
—Márchate —dijo Fionna—. Estoy ocupada.
—Ya lo veo. ¿Qué es esto, las Quinientas Millas del Supermercado? Llevo cinco minutos persiguiéndote por los pasillos.
—Nada de eso —replicó Fionna consultando su reloj—. No llevo aquí cinco minutos.
—De acuerdo, pues tres. Vi esa flecha roja que pasaba volando por Van Dyke y di la vuelta para seguirla, pues supuse que eras tú.
— ¿Llevas el coche equipado con radar?
—He venido con mi todoterreno, no con un coche municipal.
—Entonces no puedes demostrar a qué velocidad circulaba yo.
—Maldita sea, no iba a ponerte una multa —dijo él, molesto—. Aunque si no disminuyes la velocidad, voy a llamar a un patrullero para que haga los honores.
— ¿Así que has venido aquí para acosarme?
—No —contestó él con paciencia exagerada—. He venido porque he estado fuera y quería saber cómo iban las cosas.
— ¿Fuera? —repitió Fionna abriendo los ojos todo lo que daban de sí—. No tenía idea.
Marshall hizo rechinar los dientes. Fionna lo sabía porque vio cómo movía la mandíbula.
—Está bien, debería haber llamado. —Aquello sonó como si se lo hubieran arrancado dolorosamente de las entrañas.
— ¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Porque somos...
— ¿Vecinos? —propuso ella al ver que Marshall no encontraba la palabra que buscaba. Estaba empezando a divertirse, por lo menos tanto como era posible teniendo en cuenta que tenía los ojos cansados por falta de sueño.
—Porque entre nosotros hay cierta cosa. —La miró con gesto hosco. No parecía en absoluto contento con aquella «cosa».
— ¿Cosa? Yo no hago «cosas».
—Ésta la harás —dijo él para sí, pero Fionna lo oyó de todos modos y justo estaba abriendo la boca para contestarle cuando un niño, quizá de unos ocho años, se le acercó y le metió entre las costillas un arma láser de plástico haciendo unos ruiditos de descargas eléctricas cada vez que apretaba el gatillo.
—Estás muerta —dijo el niño victorioso.
En eso llegó su madre a toda prisa con gesto de preocupación e impotencia.
— ¡Damián, deja eso! —Sonrió al niño de forma que fue poco más que una mueca—. No molestes a las personas amables.
—Cállate —respondió el pequeño maleducado—. ¿No ves que son unos Terrón de Vaniot?
—Lo siento —dijo la madre intentando llevarse a su retoño—. Damián, si no obedeces te castigaré cuando volvamos a casa.
Fionna no pudo resistirse a poner los ojos en blanco. El niño volvió a pincharla en las costillas.
— ¡Ay!
El niño hizo de nuevo aquellos ruiditos eléctricos, disfrutando enormemente con la incomodidad de ella.
Fionna compuso una gran sonrisa y se inclinó hacia el querido Damián, y entonces le dijo con voz de lo más alienígena:
—Oh, mira, un pequeño terrícola. —Se irguió y ordenó a Marshall con una mirada de autoridad—: Mátalo.
Damián se quedó con la boca abierta. Abrió los ojos como si fueran balones de fútbol al fijarse en la enorme pistola que lucía Marshall en el cinturón. De su boca abierta comenzaron a salir una serie de grititos que recordaban a una alarma de incendios.
Marshall juró para sus adentros, agarró a Fionna del brazo y empezó a tirar de ella medio corriendo hacia la entrada del supermercado. Ella logró rescatar su bolso del carrito al pasar por delante de él.
— ¡Eh, mi compra! —protestó.
—Ya podrás pasarte aquí otros tres minutos mañana para hacerla —replicó Marshall con violencia contenida—. En este momento estoy intentando evitar que te detengan.
— ¿Por qué razón? —preguntó ella indignada mientras Marshall la arrastraba al otro lado de las puertas automáticas. La gente volvía la cabeza para mirarlos, pero la mayoría se sentía atraída por los chillidos de Damián en el pasillo siete.
— ¿Qué te parece por amenazar con matar a un niño y provocar un altercado?
— ¡Yo no he amenazado con matarlo! Simplemente te lo he ordenado a ti. —Le costaba seguirle el ritmo; la falda larga que llevaba no estaba hecha para correr.
Él la obligó a darse la vuelta al doblar la esquina del edificio, fuera de la vista, y la aplastó contra la pared.
—No puedo creer que me haya perdido esto —dijo en tono provocativo. Fionna lo miró furiosa y no dijo nada—. He estado en Lansing —rugió Marshall, inclinándose de tal modo que su nariz casi tocaba la de Fionna—. En una entrevista para un empleo del estado.
—No me debes ninguna explicación.
Él se irguió y volvió la vista hacia el cielo, como si pidiera socorro al Todopoderoso. Fionna decidió hacer una concesión.
—De acuerdo, una llamada telefónica no habría sido demasiado pedir…
Marshall dijo algo para sí. Fionna se imaginó bastante bien de qué se trataba, pero por desgracia él no pagaba dinero por cada insulto que pronunciaba. Si así fuera, a ella le habría tocado la lotería.
Lo agarró de las orejas, le bajó la cabeza y lo besó.

Así, sin más, Marshall la tuvo aprisionada contra la pared, abrazándola tan estrechamente que ella apenas podía respirar, pero la necesidad de respirar no ocupaba el primer puesto de su lista de prioridades en aquel momento. Sentirlo contra ella, saborearlo... Eso era lo importante. Llevaba la pistola en el cinturón, de manera que comprendió que no era aquello lo que la estaba presionando en el estómago. Se agitó un poco contra ello para asegurarse. No, definitivamente no era una pistola.
Marshall tenía la respiración acelerada cuando levantó la cabeza.
—Siempre eliges los lugares más inoportunos —dijo mirando alrededor.
— ¿Que los elijo yo? Yo estaba tan tranquila, ocupada en mis asuntos, haciendo un poco de compra, cuando fui atacada no por uno, sino por dos maníacos...
— ¿No te gustan los niños?
Fionna parpadeó.
— ¿Qué?
— ¿No te gustan los niños? Querías que matase a ése.
—Me gustan casi todos los niños —replicó ella en tono impaciente—, pero ése no. Me ha hecho daño en las costillas.
—Yo te estoy haciendo daño en el estómago.
Ella le dedicó una dulce sonrisa que lo hizo estremecerse.
—Sí, pero tú no estás usando una pistola láser de plástico.
—Vámonos de aquí —dijo Marshall con aire desesperado, y tiró de Fionna en dirección a su coche.
Capitulo Sorpresa... es por los 7 fav :3
Espero les guste ;)


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Comments16
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leticia1103's avatar
1° Besooooo XD
2° — ¿Ah, sí? ¿Y por qué? —Porque somos... — ¿Vecinos?
Esa parte me encanto es graciosa
Y 3° Llega Sábado Llegaa