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El Hombre Perfecto (Fiolee) Capitulo 28

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rariana8's avatar
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— ¿Quieres café? —preguntó Fionna mientras abría la puerta de la cocina y lo dejaba pasar—. ¿O té helado? —añadió, pensando que un vaso de cristal alto y frío sería lo más apropiado para el sofocante calor que hacía fuera.
—Té —contestó Marshall, echando a perder la imagen que tenían los policías de subsistir a base de café y rosquillas. Estaba observando la cocina—. ¿Cómo es que sólo llevas dos semanas viviendo aquí y esta casa ya parece más habitada que la mía?
Fionna fingió reflexionar sobre el asunto.
—Creo que lo llaman deshacer las maletas.
Él levantó la vista hacia el techo.
— ¿Me estaba perdiendo esto? —musitó al yeso, aún buscando inspiración.
Fionna le dirigió varias miradas al tiempo que sacaba dos vasos del armario y los llenaba de hielo. La sangre le corría veloz por las venas, igual que le ocurría siempre que se encontraba cerca de Marshall, ya fuera de rabia, emoción o deseo, o una combinación de las tres cosas. Dentro de la acogedora cocina, Marshall parecía todavía más grande, sus hombros llenaban el umbral de la puerta y su tamaño empequeñecía la diminuta mesa para cuatro y su tablero de azulejos de cerámica.
— ¿Qué empleo del estado es ése para el que te han entrevistado?
—Policía estatal, división de detectives de campo.
Sacó la jarra de té del frigorífico y llenó los dos vasos.
— ¿Limón?
—No, lo tomo sin nada. —Cogió el vaso que Fionna le ofrecía rozándole los dedos con los suyos. Aquello bastó para que sus pezones se irguieran y prestaran atención. La mirada de Marshall se clavó en su boca—. Enhorabuena—dijo.
Fionna parpadeó.
— ¿Qué he hecho? —Esperaba que no se refiriera a toda la publicidad acerca de la Lista... Oh, Dios, la Lista. Se le había olvidado. ¿Habría leído Marshall el artículo entero? Claro que sí.
—No has dicho ni una sola palabrota, y ya llevamos media hora juntos. Ni siquiera juraste cuando te arrastré fuera del supermercado.
— ¿En serio?
Fionna sonrió, complacida consigo misma. A lo mejor el hecho de tener que pagar todas aquellas multas estaba surtiendo efecto en su subconsciente. Aún pensaba muchas palabrotas, pero las multas no contaban si no las pronunciaba en voz alta. Estaba haciendo progresos.
Marshall inclinó el vaso y bebió. Fionna lo contempló hipnotizada, viendo cómo se movía su fuerte garganta. Luchó contra un violento impulso de arrancarle la ropa. ¿Qué le estaba pasando? Había visto beber a otros hombres a lo largo de toda su vida, y jamás la había afectado de esta manera, ni siquiera con ninguno de sus ex prometidos.
— ¿Más? —le preguntó cuando él apuró el té y depositó el vaso en la mesa.
—No, gracias. —Aquella mirada clara y de alguna excitante manera ardiente la recorrió de arriba abajo antes de detenerse en sus pechos—. Hoy estás muy elegante. ¿Ocurre algo especial?
Fionna no iba a esquivar el tema, por muy sensible que fuera.
—Esta mañana hemos tenido una entrevista para Buenos días América, a las cuatro de la madrugada, ¿te lo puedes creer? He tenido que levantarme a las dos —se quejó— y llevo la mayor parte del día en estado comatoso.
— ¿Tanta publicidad está recibiendo la Lista? —preguntó él, sorprendido.
—Me temo que sí —contestó Fionna con parsimonia al tiempo que se sentaba a la mesa.
Marshall no se sentó enfrente de ella, sino que ocupó la silla que estaba a su lado.
—La he visto en Internet. Es muy divertida... señorita C.
Fionna lo miró boquiabierta.
— ¿Cómo lo has sabido? —exigió. Él soltó un resoplido.
—Como si no fuera capaz de reconocer esa boquita tuya de sabihonda incluso por escrito. «Cualquier cosa que esté por encima de los veinte centímetros es puramente de exhibición» —citó.
—Debería haber sabido que tú sólo ibas a acordarte de la parte concerniente al sexo.
—Últimamente llevo el sexo en la cabeza constantemente. Y para que conste, yo no tengo nada que sea de exhibición.
Si no lo tenía, le faltaba poco para tenerlo, pensó Fionna, recordando con gran fruición el aspecto que mostraba de perfil.
Marshall continuó:
—Me alegro de no estar dentro de la categoría de los que va señalando la gente.
Fionna rompió a reír a carcajadas y se echó hacia atrás en la silla, con tal fuerza que ésta se inclinó y su ocupante cayó al suelo. Se quedó allí sentada, sosteniéndose las costillas, que ya casi habían dejado de dolerle pero que decidieron protestar de nuevo ante aquel maltrato, pero no pudo dejar de reír. Bubú se aproximó con cautela, pero decidió que no quería situarse dentro de su radio de acción y buscó refugio bajo la silla de Marshall.
Marshall se inclinó y levantó al gato del suelo para acomodarlo sobre sus rodillas y acariciarle el lomo alargado y estrecho. Bubú cerró los ojos y comenzó a ronronear en un tono grave. El gato ronroneaba, y Marshall contempló a Fionna, aguardando a que las carcajadas amainasen hasta convertirse en risitas y suspiros.
Fionna permaneció sentada en el suelo abrazándose las costillas y con los ojos húmedos de lágrimas. Si le quedaba algo de rímel, debía de tenerlo rodando por las mejillas, se dijo.
— ¿Necesitas ayuda para levantarte? —le preguntó Marshall—. Debería advertirte de que si te pongo las manos encima, quizá después tengas problemas para separarlas de ahí.
—Puedo arreglármelas, gracias. —Con cuidado, y no sin alguna dificultad a causa de la falda larga, se incorporó y se secó los ojos con una servilleta.
—Muy bien. No quisiera tener que molestar a... ¿cómo se llama? ¿Bubú? ¿Qué mierda de nombre de gato es Bubú?
—No me eches la culpa a mí, sino a mi madre.
—Un gato debería tener un nombre que le vaya. Llamarlo Bubú es como llamar Alicia a un hijo tuyo. Debería llamarse Tigre, o Romeo...
Fionna negó con la cabeza.
—Romeo está descartado.
— ¿Quieres decir que está...?
Ella asintió.
—En ese caso, supongo que le va bien el nombre de Bubú, aunque yo creo que sería más apropiado llamarlo Bobo.
Fionna tuvo que sujetarse las costillas con fuerza para no estallar en nuevas risas.
—Eres todo un tipo.
— ¿Y qué diablos querías que fuera? ¿Una bailarina de ballet?
No, no quería que fuera nada excepto lo que era. Ninguna otra persona había conseguido nunca hacer correr por sus venas la emoción como si fuera champán, y eso constituía todo un logro, teniendo en cuenta que una semana antes ambos no habían intercambiado otra cosa que no fueran insultos. Habían pasado sólo dos días desde que se besaron por primera vez, dos días que parecieron una eternidad porque no había habido ningún beso más hasta que ella lo agarró por las orejas en el supermercado y lo acercó hasta su altura.
— ¿Qué tal está tu óvulo? —preguntó Marshall bajando los párpados sobre sus ojos, y Fionan supo que sus pensamientos no andaban muy descaminados de los de ella.
—Ya es historia —respondió.
—Entonces, vamos a la cama.
— ¿Tú te crees que lo único que tienes que hacer es decir «vamos a la cama» y yo voy a tenderme de espaldas sin más? —dijo Fionna indignada.
—No, esperaba tener una oportunidad de hacer un poco más que eso antes de que te tendieras de espaldas.
—No pienso tenderme en ninguna parte.
— ¿Por qué no?
—Porque estoy con la regla. —Curiosamente, no recordaba haberle dicho tal cosa a ningún hombre en su vida, sobre todo sin la menor pizca de timidez.
Él juntó las cejas.
— ¿Que estás con qué? —preguntó cada vez más furioso.
—Con la regla. La menstruación. A lo mejor has oído hablar de ello. Es cuando...
—Tengo dos hermanas; me parece que sé un poco lo que son las reglas. Y una de las cosas que sé es que el óvulo es fértil más o menos a mitad del ciclo, ¡no cerca del final!
Pillada. Fionna frunció los labios.
—De acuerdo, te mentí. Siempre existe una mínima posibilidad de que se altere el ciclo, y no estaba dispuesta a asumir ese riesgo, ¿de acuerdo?
Evidentemente no valía.
—Me detuviste —gruñó Marshall, cerrando los ojos como si algo le doliera mucho—. Estaba a punto de morirme, y tú me detuviste.
—Lo dices como si fuera un acto de traición.
Él abrió los ojos y la miró con expresión torva.
— ¿Y ahora qué?
Era tan romántico como una piedra, pensó Fionna; entonces, ¿por qué estaba tan excitada?
—Tu idea del juego previo es probablemente algo así como: «¿Estás despierta?»—masculló.
Marshall hizo un gesto de impaciencia.
—No.
— ¡Dios! —Se recostó en la silla y volvió a cerrar los ojos.
— ¿Y ahora qué pasa?
—Ya te lo he dicho, estoy con la regla.
— ¿Y?
—Pues que... no.
— ¿Por qué no?
— ¡Porque yo no quiero! —chilló Fionna—. ¡Dame un respiro!
Marshall suspiró.
—Ya entiendo. Es el síndrome premenstrual.
—El síndrome premenstrual es antes, idiota.
—Eso lo dirás tú. Pregunta a cualquier hombre, y te contará una historia distinta.
—Como si fueran expertos —se burló ella.
—Cariño, los únicos expertos en síndromes premenstruales son los hombres. Por eso se les da tan bien luchar en las guerras; han aprendido Huida y Evasión en sus casas.
Fionna pensó en lanzarle una sartén, pero Bubú se encontraba en la línea de tiro y, de todos modos, antes tendría que buscar la sartén.
Marshall sonrió al ver la expresión de su cara.
— ¿Sabes por qué se llama síndrome premenstrual?
—No te atreverás —amenazó ella—. Sólo las mujeres pueden hacer chistes de eso.
—Porque la expresión «enfermedad de las vacas locas» ya estaba tomada.
Al diablo la sartén. Miró a su alrededor buscando un cuchillo.
—Sal de esta casa.
Marshall depositó a Bubú en el suelo y se levantó, obviamente dispuesto a ejecutar la maniobra de Huida y Evasión.
—Cálmate —le dijo, poniendo la silla entre los dos.
— ¡Y una mierda que me calme! Maldita sea, ¿dónde está mi cuchillo de cocina?
—Miró alrededor invadida por la frustración. ¡Si llevara más tiempo viviendo en aquella casa, sabría dónde había puesto cada cosa!
Marshall salió de detrás de la silla, rodeó la mesa y sujetó a Fionna por las muñecas antes de que ella recordara en qué cajón guardaba los cuchillos.
—Me debes cincuenta centavos —dijo sonriente al tiempo que la atraía hacia él.
— ¡No aguantes la respiración! Ya te dije que no pensaba pagarte cuando fuera culpa tuya. —Apartó de un soplido los mechones de pelo que le caían sobre los ojos a fin de poder fulminarlo mejor con la mirada.
Marshall inclinó la cabeza y la besó.
El tiempo se detuvo de nuevo. Marshall debía de haberle soltado las muñecas, porque Fionna sintió sus propios brazos enrollarse alrededor del cuello de él. Notó su boca caliente y hambrienta, que la besaba de una forma en que ningún hombre debería besar y seguir andando libre por ahí. Su aroma, cálido y almizclado como el sexo, le llenó los pulmones y le penetró la piel. Marshall puso una mano enorme en sus nalgas y la levantó del suelo para alinear totalmente los cuerpos de ambos, ingle con ingle.
La falda larga suponía un obstáculo, pues le impedía rodear a Marshall con las piernas. Fionna se arqueó frustrada, casi dispuesta a echarse a llorar.
—No podemos —susurró cuando él separó la boca una fracción de centímetro.
—Podemos hacer otras cosas —murmuró él al tiempo que se sentaba con ella sobre el regazo, inclinada hacia atrás contra el brazo con que la sujetaba. Deslizó hábilmente la mano por dentro del amplio escote del jersey.
Woo Hoo! Capitulo 28 ¿Qué pasara después? Nadie sabe C: 

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dayasv's avatar
muy buena¡¡¡me gusto